domingo, 12 de marzo de 2017

LA MUERTE COMO PLENITUD DE LA EXISTENCIA; LA MUERTE COMO PLENITUD DE LA VIDA


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La Muerte es nuestro gran, y único, destino. El mismo  que dota de sentido al sinsentido de la propia vida. Vidas prestadas. Inquilinos (y no propietarios) de existencias malvividas, incompletas, escindidas, desconocidas...

Vidas traslúcidas; vidas fugaces; vidas sin vida; vidas imposibles de harmonía

La presencia del género humano no tiene ninguna explicación. ¿Qué hacemos en un mundo que, para nada, es nuestro? Repito: nada es nuestro. Ni nuestra propia existencia. Ocupantes de organismos corruptibles; de entidades postreras; de cuerpos efímeros; de espíritus extintos; de Almas perpetuas.

La Muerte, como meta final, nos inspira a vivir, plenamente, la Vida. Gracias a la segura (proximidad de la) Muerte somos Vida y, como tal, debemos vivirla. Vivirla con intensidad infinita. La Luz es la Vida y las sombras son la Muerte que (nos) acompañan, irremisiblemente, hacia una fecha ya prescrita. Toda Vida tiene su Muerte y toda Luz su penumbra.

Muerte y Vida son estados de una misma Realidad.  Morimos desde nuestra primera aurora y resurgimos en el preciso momento de nuestra espiración. Nada muere; nada se marchita; nada nace y todo transita. Toda Luz palidece en su albor; toda Luz resplandece en su final.

Presencia solemne de la Muerte; perfecto final. Jamás nos fallará; siempre en el diván. La Muerte, invariablemente, es completa; substancialmente perfecta:

Vida vacía; muerte plena,
Vida trémula, muerte serena,
Vida enloquecida; muerte reparadora,
Vida desnivelada; muerte niveladora,
Vida sencilla; muerte egregia,
Vida prosaica; muerte excelsa,
Vida incompleta; muerte perfecta.


Santiago Peña


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