domingo, 3 de marzo de 2024

VACÍO Y PLENITUD

 

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La fe en "algo" es consustancial a la esencia misma del pensamiento humano. Resultado de un claro -y evidente- vacío existencial, el hombre “creó” a Dios. Y, las religiones, son su consecuencia. Por este principal motivo, posiblemente, el hecho religioso precedió a la reflexión filosófica...

A esa divinidad, necesariamente creada a imagen y semejanza nuestra, se la inviste de aquellos "superpoderes" que la misma humanidad carece, como son: la inmortalidad, la omnisciencia, la benevolencia, la omnipotencia, la omnipresencia,... etc. Es decir: de todas aquellas propiedades que el género humano, por su propia constitución (físico-biológica) finita, jamás podrá llegar a poseer.

Gracias a esta "magia antropológica" (imaginación infinita, idealización, frustración y un anhelo irresistible de protección): creemos, porque queremos creer; deseamos creer; necesitamos creer. Creer en nosotros mismos; creer en un ente (que no sabemos lo que es) superior a nosotros. En una entidad cósmica que nos supera, que nos traspasa, que nos inunda, que nos arrebata... pero que, a la vez, nos "protege", nos "consuela"; que nos brinda la fuerza que necesitamos en momentos de cruda e intensa debilidad. Ante todo esto, Dios, es la réplica a nuestras exclamaciones; ante el sufrimiento. Esa fuerza está ahí; nos es propia (esotérica); nace de nuestro interior más profundo... pero la gran mayoría desconoce... desconoce porque "no se conoce"... ¡porque no nos conocemos!

En nuestro albor, producto de una primigenia (e inmadura) transcendencia, fuimos "creadores" y, a su vez, nos dejamos poseer (seducir) por el "fruto de nuestra propia creación". Ese "Ser" se hizo dueño del devenir de todo el universo; usurpando, desde ese inmemorial instante, y para siempre, las riendas de nuestros destinos... El "Hijo", habiendo tomado conciencia de su infinito poder, nos arrebató la memoria de nuestra "paternidad", de nuestra "Edad Dorada"...  Fuimos testigos de la pérdida de nuestra inocencia; descubrimos, súbitamente, un deseo irrefrenable de adquirir conocimiento… ¡Y así seguimos!

 

Somos consciencia infinita y somos la propia divinidad

 
Por todo ello, Dios, es la síntesis de las potencialidades humanas. Y es la perfección substanciada, en la que se proyecta la PERSONA. Vacío, es lo que siente el conjunto de la humanidad; plenitud, es lo que nos tramite Dios.

Por lo que, desde una simple y humana percepción -y sin tener en cuenta el concepto “extraordinario” de lo que denominamos Dios-, cuando el ser humano se vacía (física y/o espiritualmente), vuelve, de una forma “mágicamente” renovada, a experimentar una evidente, y placentera, integridad, tanto física como espiritual. Ergo, el previsto deterioro (físico) no es motivo de tristeza (vacío) si no, al contrario, de henchida satisfacción. De igual manera, no se puede dar un  agotamiento” espiritual sino, más bien, de vigor: de un renovado ánimo (alma fortalecida). En consecuencia, el alma, se siente robustecida gracias al empuje del espíritu.

Es necesario vaciarse para sentirse (nuevamente) lleno

A partir de ese consciente "desconocimiento", la PERSONA, que transita en graves momentos de crisis y de extraordinario dolor, se reactiva. Se reaviva, gracias a una "fuerza misteriosa" que muchos la nombran "divinidad" y otros tantos "fuerza de espíritu". Por todo ello, creyentes como no creyentes, necesitamos de un "dios personal". Para unos será: "el revelado". Para los demás será: "el interior" (nuestro daemon socrático).

Soy de la opinión que, incluso los que se autotitulan agnósticos (ateístas axiológicos), son practicantes de su "particular religión". Honestamente, creo que, todos (de una manera u otra), somos portadores de una única (y "verdadera") religión: "la nuestra". Por lo que diríamos -y sin incurrir en una falacia- que: existen tantas religiones como seres humanos en el mundo.

Por lo tanto: no se puede ser ateo de uno mismo. Se asume, a menudo, que, las PERSONAS que se autodefinen como ateas, son irreverentes e incrédulas (librepensadoras). Como resultado de ello, desde las religiones oficialistas (principalmente abrahmánicas), rebaten la "presencia" de una divinidad particular (endógena). Sostienen -y se reafirman- que: debemos seguir estando subyugados -como deudores perpetuos de su infinita bondad- a la voluntad arbitraria de ese dios... De ese mismo dios que nada hace por nosotros,... ¡porque, por nosotros, nada hacemos!

 

¿Se puede vivir espiritualmente, sin la necesidad de creer en un dios?

De alguna manera es viable especular sobre una praxis espiritual; no estando taxativamente subordinada a lo que entenderíamos por una religión instituida y sin menoscabo de seguir manteniendo los cánones (o no) de una cierta tradición. La mística filosófica es una clara muestra de otros posibles caminos para poder llegar a las más altas cumbres de la espiritualidad. -Y la música ¡porque no! una fiel compañera de viaje-.

También, a través de nuestra cotidianidad, existe una parte importante de mujeres y hombres, que se sienten atraídos por un "sentido de la trascendencia" que, en muchos casos, se vivirá, por ejemplo, a través de la  experiencia artística: algunos como creadores (emisores y receptores al unísono); otros como simples observadores (receptores). Cuando nos sentimos transcender al contemplar la belleza de una obra de arte, propia o ajena, lo llamaremos: "ponernos en contacto con la consciencia cósmica". Los otros dirán: "ponernos en contacto con la divinidad". Sin más nos unimos a ella; vivimos –plenamente- el hecho místico. Se puede llegar a sentir una fuerza (o atracción) mística siendo no creyentes. Es decir: no reconocer un diosasignado” y, por ende, no estar al amparo de ninguna religión.

En conclusión: La espiritualidad es la respuesta a un manifiesto, e inequívoco,  deseo de emancipación del ser. De ir, para poder volver.

Debemos recuperar nuestra esencia, revelarnos -¡decididamente!- sin miedos, sin titubeos. Dios existirá siempre que se quiera que exista. Muchos lo necesitan: les es “más cómodo”. Otros, ya gozan de su propio espíritu; verdadero poder de la PERSONA.

 

 “Cómo puedes estar triste, si es mi noche de boda con la eternidad”

(“Bab´Aziz, El Sabio Sufí” - 2005)

 

 Santiago Peña

 

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domingo, 31 de diciembre de 2023

SÓLO LA DIVINIDAD PUEDE OSTENTAR LA SABIDURÍA

  
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Los llamados "sabios", simplemente, comparten la “luminosa” (y aturdida) percepción de su no-sabiduría. Por lo tanto, son conscientes de que no lo son, ni que jamás lo llegarán a ser. Por este cardinal (y “sapiencial”) motivo, el resto de los mortales los “ven”, triste y figuradamente, como a unos sabios ennoblecidos. En verdad son “sabios”, en su manifiesta Bondad, en su inquebrantable Dignidad y en su Íntegra presencia rebosante de Luz.
 
En cambio, de lo único que son, y se “ven”, de ser “sabios” de su propia barbarie. -¡Todo un mérito, para los tiempos que corren!- Todo un mérito de ser unos entendidos de sus propias limitaciones; de su propia ignorancia; de su propio pesar.
 
No obstante, existe una parte, nada desdeñable, de la propia humanidad, que es, supinamente, inconsciente de su presencia en esta (madre) tierra y, por ende, de su (propia y extraviada) ficción existencial.
 
Una pátina de neblina constante, confunden visiones inmaduras; obnubiladas por refulgentes luces de neón. Destellos expertos; directos al corazón. De corazones quebrados, por un certero diapasón. Vibraciones distorsionadas, pero, en una perfecta “sintonización”.
  
Por todo ello, esa humanidad, deshumanizada, no camina: repta; no transita: se arrastra. Nieblas oscuras, evolucionadas en noches sin razón. En ríos de humanas apariencias. En riadas de humanoides enloquecidos. En un consumismo destructivo, ignoto, oculto, en expansión; hasta la mismísima (auto) destrucción. Sólo “el sabio relojero” es conocedor de tan afligida disolución. Sólo Él, y nadie más que Él, es sabedor de los endógenos males de este mundo. De un mundo que no merece seguir siéndolo. -¡Nada merecemos, ni el propio perdón!-
 
Millones de luciérnagas dispersas, marchitas -¡menos que velas!- se desvanecerán en un mar de lágrimas infinitas, de almas (casi) difuntas; en un océano de hogueras exterminadoras. De piras flameantes; alimentadas por males difusos. De males pestilentes; confluyendo en un vacío absoluto. En la nada, por razones obvias, no podrá ser. Permanecerá un inane desierto, sin pensamiento; sin juicio… En una oquedad, distinta. Él, lo sabrá. ¿Del resto? El resto, desaparecerá…
 
Nada quedará, ni el recuerdo del último estertor.

 
Solo Dios es Sabio
 

 

 Santiago Peña
 
 
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domingo, 3 de diciembre de 2023

LO OCULTO Y LA LUZ

 
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Lo Oculto, es la pura condición de algo (preservado) en todo su esplendor; ¡es Luz en toda su plenitud! -¡No hay nada de contradictorio en esta esotérica afirmación!- De igual manera que el aparente brillo de algunas formas define una falsaria luminosidad. Por lo que, lo Oculto, es aquello que se debe preservar. Es esencia íntima y recóndita. Es conocimiento sin mancillar y es Sabiduría Transcendental. Y es lo más preciado del ser humano.

 

Causa y consecuencia

El origen de una cosa siempre es verídico. Del mismo modo que el final de la misma también es verdadero. Por lo que el (primer) advenimiento de esa misma cosa es “hija” y, por ende, causante de Luz. Y su prevista (aparente) desaparición es motivo de ocultación (de la Luz), pero no de su (real) desaparición. Desde el mundo de la Realidad de las Cosas, la Luz jamás podrá desaparecer. A lo sumo se ocultará; se esconderá pero, en ningún momento, se desvanecerá…

Somos Luz, somos el Todo y somos la Unidad

Motivo de ello, la Luz es testigo preclaro del origen de toda existencia… Somos existentes cuando hemos sido “bañados” por la Luz. Es decir: nada puede existir fuera de la Luz (tanto material como espiritual)… Es por ello que, la futura madre (parturienta), “da a luz”: desde una “oscura” concepción, ocultada a los demás, somos iluminados por la misma maternidad.

 Somos el Alfa y el Omega: principio y fin de todas las cosas

Al ser nuestra mente, e imaginación, superior al infinito universo, en nuestra alma, tenemos las respuestas de ese mismo universo. Por lo que no hay que buscarla fuera de él. Por todo ello somos una representación exacta; un espejo del cosmos… Somos miles de millones de microcosmos para acabar siendo el mismo cosmos al que decimos representar. EL día que conozcamos nuestra esencia seremos, y tendremos, la clave para conocer el universo.

Somos universo y está en nuestro interior

 

Santiago Peña



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